Reggaeton seudo-música del imperialismo
Para poder entender de qué se trata
la batalla cultural en todos sus aspectos, es necesario poner y prestar
atención a todas las armas que el enemigo utiliza en pos de arrasar con
nosotros, los pueblos. En este caso, comprender cuál es la funcionalidad de la
“música de moda” en su esencia, nos va a mostrar una idea más amplia de cómo
nos colonizan el sentido común y la capacidad de discernimiento hasta en la
sopa. Vamos a lo concreto, empezando pos historizar muy brevemente la cuestión.
La mezcla del ritmo suave del
reggae y los ritmos repetitivos e hipnóticos de los tambores africanos generan
una combinación de efectos psíquicos y motores que tienden a favorecer la
pérdida momentánea de la capacidad de razonar y discernir constantemente. En
criollo, cuando escuchamos reggaetón entramos en un trance durante el cual
razonamos poco o nada. Si fuera sólo eso, un momento de esparcimiento como el que
todos queremos y merecemos disfrutar, no habría nada que analizar. Sin embargo,
por acá no hay inocencia que nos valga nada.
Pasemos en limpio:
Ritmo Latinoamericano altamente
pegadizo e hipnótico + Periodo post-dictadura donde aparece la necesidad de
paliar el horror + Masificación y la máquina de hacer chorizos de la industria
musical = Caldo de cultivo ideal para distraer a los pueblos.
Esto no significa, por supuesto,
que si escuchamos reggaetón nos convertimos en zombis al servicio de las
corporaciones, pero hay que hacer foco en el panorama completo: en los años
1990s la picadora de gente en que se ha convertido la industria de la música
hizo inversiones descomunales en productos de bajísima o casi nula calidad
artística, pero con un alto impacto y rendimiento en dispersión y enajenamiento
de las masas. En Latinoamérica en general y en Argentina en particular, el
neoliberalismo aparecía como fuerza en el mismo: pizza con champagne y payasos
para todos los gustos, a la orden para distraer al pueblo. Pero el reggaetón
empezó a pisar fuerte por estos pagos recién en el nuevo milenio, tomando
fuerza durante los gobiernos nacionales y populares de Néstor Kirchner y
Cristina Kirchner. Ahí es donde toma relevancia todo esto que venimos
desentrañando acá: mientras el gobierno va arreglando los desmanes del
neoliberalismo, la bestia seguía haciendo su trabajo fino y el reggaetón hizo y
hace de las suyas.
Con temas muy famosos como
“Gasolina” de Daddy Yankee, podemos leer, sin hacer esfuerzo, dos cosas en
conflicto en esta parte del mundo: el petróleo y los EEUU/EUA. Y sí,
definitivamente, el hit “Gasolina” hace referencia directamente a “Estados
Unidos y petróleo”. No hay que analizar demasiado, y todos pudimos la euforia
que trajo un tema de 4 minutos y poca ropa. Después, si sobrevolamos estos años
de hits, en todos encontramos básicamente lo mismo: mujeres cosificadas,
exorbitantes demostraciones de dinero y poder, obscenidad y mal gusto. ¿Y todo
esto es inocente? No, no lo es para nada, porque cuando hay un plan para
arruinar la conciencia de las clases subalternas, las herramientas invisibles
son las que hacen que la guerra nos agarre desarmados y desprevenidos. Nos
muestran con alevosía todo lo que las mayorías populares no pueden tener
(dinero, mujeres de plástico y lujos sin límites), para que el odio por lo
inalcanzable aumente y se haga insoportable. El deseo y la imposibilidad de
sacarlo dan siempre resultados catastróficos.
El Reggaetón no es música, ni ahí; es un instrumento del imperialismo que se hace pasar por un género musical como cualquiera. El Reggaetón y la trampa de "lo latino" al servicio del imperialismo.
El Reggaetón no es música, de ninguna manera. Es un instrumento del imperialismo para seguir dominando y destruyendo a los países mal llamados "tercermundistas", o cualquier país que no sea del mal llamado "Primer Mundo".